Qué vida

Caminaba siguiendo las líneas divisorias de los dos bandos de la carretera. La derecha y la izquierda. Miraba hacia el suelo e intentaba saltar de una a otra sin caerme. Os preguntaréis qué hacía yo ahí. Creo que esto os librará de dudas: eran las cuatro en punto de la madrugada. Apenas pasaban coches y estaba sola y un tanto aburrida. De hecho, me entretenía bastante. Suena absurdo, pero así era. Si no... ¿Qué podría hacer? ¿Pillar porros? Aquel día no me apetecía y además, ya era algo tarde y estaba alejada del centro. Llevaba desde las dos caminando sin cesar. Es lo que solía hacer las noches largas y en las que no había nada mejor que hacer.
—¡Eh, tú!
Me paré. No me atreví a girarme. Mi vista estaba fija al suelo.
—Sí, sí, tú. ¡La morena, la morena!
—¿Quién eres?
Pregunté, ya que según lo que respondiese echaría a correr o no. Y lo más seguro es que echara a correr, ya que no habían más morenas a aquellas horas de la noche.
—Pues... digamos que un chico que se aburre mucho y que no tiene nada mejor que hacer que llamar la atención de la gente. ¿Te parece una buena definición de mi persona?
—No lo sé. No te conozco.
Todavía no había visto su cara. Oí unos pasos acercándose.
—Ni yo a ti. Pero... siento que tienes miedo. ¿Miento?
—No, no mientes.
Reconocí. Me sentí mejor al decirlo. Los pasos cesaron.
—¿No te vas a girar nunca?
—Depende de ti.
Posó su mano sobre mi cabeza y la hizo girar hacia él.
—Hola, desconocida. ¿Cómo te llamas si se puede saber?
Miré hacia sus ojos. Todo estaba oscuro, pero no lo suficiente. Pude observar como sus pupilas se agrandaban y aparté la vista de nuevo hacia el suelo. Él no apartó la mirada de mí ni un momento.
—Lo siento, no te lo diré.
—¡No me digas eso! ¿Qué tal con Marisa?
—No, lo siento.
Sonreí y le miré por un momento. Seguía mirándome. Por un momento pensé que estaría examinándome y sacando defectos a mi rostro, apenas visible.
—¿Ni una pista?
Tras vacilar un momento le respondí.
—No, lo siento.
—Hmm, ¿qué tal si te llamo "X"? ¿Te parece bien?
—Por qué no. ¿Y "X" de qué?
Eso hizo que se parase a pensar.
—Pues... de extraña.
Comencé a reírme.
—Extraña comienza por "e". No sé si lo sabes.
—Sí, lo sé. Pero me pareces una chica extraña. O más bien... especial.
—Ya. Pero no es mi culpa, ¿sabes?
— Tranquila. Me gusta la gente especial. Son personas poco comunes en el planeta Tierra.
—¿Me estás llamando bicho raro?
—¿Y qué si lo eres? Sigues siendo una persona. Una más del montón, pero eso sí, única.
No dijimos nada. Nos miramos los dos a la vez y nos reímos, y mucho.
—Vale, entonces seré "X". ¿Tú qué serás?
—Mi nombre es...
—¡No! No me lo digas. No quiero saber tu nombre. No me interesa. Somos dos personas iguales. Merecemos el mismo trato. ¿Qué serás?
Él me sonrió. Por primera vez miró hacia otro lado mientras pensaba.
—Seré "S".
Volvió a dirigir sus ojos hacia los míos.
—A ver, ¿"Ese" de qué?
—De...
—¿Especial? También comienza por "e".
—Ya, ya. Extraña y Especial comienzan por "e". Por eso, ambos seremos "E" y separados seremos "X" y "S". ¿Te parece bien?
No sé de donde había sacado tanta imaginación este chico.
—Me parece fenomenal. Eses serán nuestros nombres. Para siempre.
—Nada es para siempre. Deberías saberlo.
—Oh, y lo sé. Pero está bien pensar que hay algo que sí...
—A ver, dime qué.
—Números.
—¿Números? Los números no son nada. Sólo signos.
Eso me hizo pensar. ¿De verdad no había otra cosa más que perdurase por siempre?
—El Amor. ¿Dura para siempre?
—Hay diferentes Amores.
—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué sólo existe un término para todo?
—Porque la persona que inventó la palabra no pensaba lo suficiente.
Todavía seguíamos en la carretera. Habían pasado unos pocos coches, pero no nos dio importancia. De hecho, ni nos habíamos dado cuenta de que la gran mayoría nos habían pitado y gritado.
—¿Crees que deberíamos inventar nosotros términos para cada tipo de Amor?
—Quizás. Pero no siempre podemos conseguir lo que nos proponemos. No creo que se extendieran.
—¿Y qué? Será nuestra teoría del Amor.
Nos observamos fijamente y vibró mi móvil. Me sobresalté un poco y S se rió silenciosamente. Eran ya las cinco menos cuarto. Apenas habíamos hablado, pero entre las miradas y los largos silencios el tiempo pasó volando.
—Son las cinco menos cuarto.
—¿Tienes que irte?
—Depende de ti, S.
—Me enorgullece que digas eso. Pero no, no depende de mí. Para nada.
—Para mí sí.
—¿Quieres marcharte?
—No. No quiero irme.
Volví a mirarle de nuevo. Cada mirada semejaba la primera. Esa magia todavía se sostenía, fuerte. Aparté la mirada tímidamente y comenzamos a caminar en silencio. Se oían nuestros pasos como eco en habitaciones vacías. Él se paró.
—¿Qué me dices al final? ¿Deseas crear una palabra para cada Amor?
Dejé de caminar y me giré hacia él.
—Me encantaría. Aunque no será fácil.
—Tampoco será difícil.
Esos ojos me volvían loca. Ahora mismo lo único que deseaba era sentirle lo más cerca posible. Quería besarle como nunca a nadie, pero tenía miedo de que la magia se marchitara. El tiempo se hacía interminable. Se acercó sin apartar la mirada ni un momento. Es cómico. Todo esto me recordaba a las películas románticas. La escena marchaba a cámara lenta y todo era un cuento de hadas. Siempre había pensado que era una pura irrealidad hasta ese día.
Sus manos alcanzaron mis mejillas y sus labios estaban a milímetros de los míos. Era una de esas veces en las que sentías una pasión cercana pero a la vez lejana. Deseabas con todas tus fuerzas que llegase, pero no podías hacer nada para acelerar el tiempo. Te sentías bloqueada y esperabas con ansia. Aspiré el aire exageradamente. Sus manos sostenían mi rostro y sus dos pulgares me acariciaban lentamente. Cerré los ojos e intenté no pensar en nada. No pude evitar notarle aún más cerca y los abrí.
—No. Por favor.
Abrió los ojos y apartó sus manos.
—¿Qué...?
—No quiero que me beses. Tal vez si me besas seré la chica más feliz del mundo, o puede que no. Será un beso como cualquiera, y mañana cuando me despierte me sentiré igual de vacía por dentro. Siento que necesito algo, pero nunca llego hasta ello y eso me pone enferma. Cuando creo que lo he encontrado, desaparece inexplicablemente. No quiero sufrir pensando que tras este beso no habrá nada más. He bebido, y tú también. Puede que ni si quiera recordemos todo esto mañana.
Me sentía una mierda. Me había enfadado conmigo misma por pensar que no merecía nada y las pagué con S. Sentía ansiedad dentro de mí; fue cuando me di cuenta que le estaba observando con desprecio. Estaba respirando fuertemente. Intenté tranquilizarme. A S todavía no se le había borrado la cara de disgusto. Se produjo un silencio, el silencio más incómodo de mi vida. No sabía ni qué decir. Se acercó a mí, me miró y curvó la comisura de sus labios.
—Lo recordaré. Lo recordaré todos los días de mi puta vida, X. No esperes que tu vida sea perfecta, pues no lo será nunca. Y sí, puede que no recordemos esto mañana. Pero tengo por hecho, que siempre quedará algo. Tal vez en el desván, tal vez en el fondo del armario. Puede ser un error, o lo mejor que nos haya podido pasar. Pero... ¿sabes qué? Que quiero correr ese puto riesgo, X. Ya me la suda todo. ¡A la mierda el pasado!
Le miré a los ojos, impresionada por dentro. Sentí una cálida brisa nocturna que alivió mi piel ya de gallina. Cerré los ojos; le sentí cerca, muy cerca. Su respiración acariciaba mi piel, que percibía un cosquilleo agradable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario