Adicción

Los días pasaban y la situación empeoraba cada vez más. Freddie estaba desesperado, lo necesitaba, era lo único que lo hacía revivir, sentirse él mismo. Se sentó en su cama, con la espalda pegada a la pared, flexionando las rodillas y colocando la cabeza sobre ellas. Estaba tembloroso, ansioso, nervioso. Lo había consumido por dentro, ya no existía. Aún que lo pareciese por fuera, ya no era él.
Sonó el teléfono.
—Hola, ¿tienes algo?
—Freddie, ¿de qué hablas?
—Ah... lo siento, mamá. No sabía que eras tú. ¿Qué ocurre?
—Hijo, estaré dos días fuera de casa, encargo de la empresa. Tendré mucho trabajo así que no creo que pueda comunicarme contigo antes de que vuelva.
—Pero, mamá...
—Te he dejado una nota en la nevera, dinero y comida, ¿vale? Tengo que dejarte, ¡hasta el lunes!
Fin de la llamada. Freddie tira el teléfono sobre la cama, se oyen pitidos a lo lejos. Largo silencio.
—Mañana... Un mes desde que... ¡Joder!
Golpe contra la pared. Coge el teléfono y teclea un número. Llamando... Alguien coge la llamada, y antes de poder responder...
—Tío, dime que sabes algo, por favor.
—Lo siento, no sé nada, Freddie, si es que eres tú. Mira... esta vida que llevas no está hecha para ti. ¿Por qué no te vas de esta mierda, tío? Nada te retiene aquí.
—Me retiene algo, sí. Algo que... necesito para vivir. No consigo volver a ser yo, tanto tiempo sin sentir esa euforia. Lo necesito. Por favor.
—Freddie, el tiempo pasa, el tiempo cura. Irte de aquí es lo mejor que puedes hacer. No puedes pretender quedarte aquí atrapado, sólo pensando en eso, en lo mismo todo el tiempo. ¡Vas a acabar por destruirte a ti mismo!
—Lo sé, ¡LO SÉ! Pero es que... echo de menos lo que me hacía sentir. Sólo ella lo conseguía.

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