Espejismos del destino

Ya no tenía nada más que perder. Cuando me susurraste una vez más que nunca me quisiste, tuve que creérte. El hecho era que ante tí no podía mostrarme incrédula, ya que, con una simple mirada tuya fijada en la mía, lo decías todo. Decías la verdad o la mentira; en aquella ocasión, deducí en tí la verdad. Y, de nuevo, me quedé callada, como la primera vez que me lo dijiste, sin sentimiento en tu voz. Ya no reconocías mi nombre al oírlo. En aquel silencio; en el que sólo se oía tu respiración, ya que mis pulmones no tenían la fuerza suficiente para inspirar y espirar, como solía hacer cuando lo recordaba; noté como si algo no se encontrara como antes. Sí, era mi palpitante corazón; aquel que dejó de latir en cuanto mi historia acabó, aquel que en una milésima de segundo, se rompió. Se derrumbó en pequeños pedacitos; la mitad de ellos unidos formaban tu hueco en él, el hueco que yo sabía que siempre permanecería, pero que, en cambio, tú no optabas por mantener en tu alma. Y de nuevo, cuento un día más. Un día más en el que pienso en tu recuerdo, por suerte, aún nítido en mí. Tu rostro. Aproximándose hacia el mío lentamente, haciendo que, tanto ojos como labios, se encontrasen. Un día más que cuento de todos aquellos, en los que no te encontré; a mi lado, apretando tu mano contra la mía, observándome sin intención de disimularlo, pasando tus dedos lentamente por la figura que forma mi cara. Pero, un día menos que descuento del resto de mi vida, en el que sé, que nos volveremos a encontrar. Aquel día, que tarde o temprano, llegará. Una hora exacta; en la que me acerque hacia tí, derrame una lágrima, tú la apartes de mí con tu mano suave como la seda, y que tras tu abrazo, me beses de nuevo. Un beso de aquellos; un beso como el primero que recibí de tus labios.

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