Carta a la vida

Querido compañero:
Hace un año me encontraba sentada frente al ordenador. Me apetecía reírme y pasar un rato gracioso. Entonces pensé en lo que me había dicho una amiga. Había un chico "freak" que le enviaba mensajes al Facebook con unas extrañas intenciones. Según ella, decía cosas irracionales que no entendía, por lo que le contestaba de forma arisca. Me los había enseñado y los había comprendido, de hecho, yo era experta en ese tipo de palabras. Eran palabras misteriosas que escondían pensamientos fantásticos y enrevesados. Era mi pasión. Días después, le llegó una petición de amistad al 20 que decía: "¡mira a quién me encontré en el 20!" En cuanto pudo me lo contó con cierto aire de repugnancia y entonces, sentada en la silla frente al ordenador, decidí embarcarme en una increíble aventura que me haría reír a carcajadas, entre otras cosas que todavía no sabía que ocurrirían.
Sería un reto difícil. Al parecer, era un rarito del colegio, sí, sí. El mítico chico que no recibía miradas, que pasaba desapercibido, pero que tenía el don del ingenio y la burla. Y de hecho, yo también lo poseía, pero a escondidas. Poca gente conocía mi don, pero quien lo conocía apenas lo notaba debido al excelente camuflaje de mis palabras. Este momento había que aprovecharlo y comenzarlo de manera sutil pero simple, simple pero compleja. No sabría describirlo... De manera como lo solía hacer yo pero llevándolo a un extremo que dejase perplejo al sujeto.
Opté por una frase matemática sin mucho sentido, pero que podría desenvolver muchos tipos de respuesta: burla, pasotismo, seguimiento, intento de dejar en evidencia... Yo sabía cuál sería su respuesta, el seguimiento. Había estudiado detenidamente, más bien brevemente, su manera de hablar y contestar. Sabía que actuaría de una manera tolerante y amable, a la vez que burlesca y enrevesada. "Buenas tardes, hipotenuso triangular rectal o.o". Ésa fue mi opción finalmente. ¿La respuesta? Lo que yo decía. Sinceramente, estaba deseando una respuesta. Deseaba contactar con alguien que tuviese mi don o al menos uno parecido al mío. Pronto, llegó un mensaje de un desconocido que en determinado tiempo dejaría de serlo.
¿Cuál fue su respuesta? Por ahora nunca lo sabrás, o quizás ya lo sepas... Pero eso lo dejaremos para otro momento, para otro día, para otra celebración. Para el imprevisible futuro. Por ahora, sólo añadiré una cosa más.
Quince de enero del dos mil once, la una y siete minutos de la tarde.

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