Cuán bella...

La vida vuela, como el ave en el cielo. Al fin y al cabo, ¿para qué la vida? Solamente es el aroma de tu comida favorita que nunca llegarás a saborear. Qué desperdicio, ¿no? Para eso nos sirve, para nunca llegar a lo que queremos, para nunca recibir nada bueno. ¿Por qué seguimos aquí, entonces? Dios mío, qué confusión. Adoraba ser niña. No existía la preocupación, ni la presión, ni el huracán de sentimientos... Nada. Tan simple como vivir.
Tumbarse en el césped. Sí, ese césped tan sucio, lleno de bichos y asquerosidades. Incluso el césped daba igual. Ahora es difícil decidirse si queremos siquiera sentarnos en él. Pues continúo. Tumbarse en el césped, el verde césped de nuestro jardín (o cualquier otro). Observar el cielo infestado de nubes esponjosas repletas de vida. Se mueven, se desplazan por el mundo. O eso pensamos por lo menos. A medida que las miramos fijamente, cambian de forma. Nuestra imaginación invade toda realidad y crea. ¡Exacto! Crea... Algo nuevo, por no llamarlo vida. Una flor, una cara, una silla... ¡Sí! Cualquier cosa pasa por nuestra mente y nos hace sentir grandiosos. Nuestra sonrisa se alza y atrae a todo aquel que se encuentre cerca.
Y ahí es cuando pensamos que la vida... Es bella.

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